Los escalofríos, mucho más complejos que una simple temblorina
Los escalofríos pueden ser una señal de alarma y no se deben de tomar a la ligera sobretodo cuando no se producen como reacción natural al frío.
Comúnmente se suele decir que se “se nos pone la carne de gallina” cuando sentimos miedo, nos sorprendemos o tenemos frío, comenzamos entonces a temblar y pensamos que, cubriéndonos, aligeramos la sensación de escalofrío. Sin embargo, sentir todo esto, es mucho más complejo de lo que se cree.
Para entender en qué consiste un escalofrío, primero debemos recordar que nuestro organismo posee receptores, a lo largo de la piel, que se encargan de transmitir al sistema nervioso los estímulos que llegan desde el exterior. Sensaciones como el frío, el calor, la presión y hasta un golpe, son percibidos hasta llegar al cerebro.
Una vez allí, desde el hipotálamo, encargado de mantener nuestra estabilidad corporal, se envía una respuesta al estímulo presentado. Se manda de regreso la orden adecuada para controlar el problema, a través de acciones como el dolor, la picazón, los reflejos, la transpiración, el temblar, etcétera. Cuando desde el exterior nos llega la información de frío, nuestro organismo puede reaccionar de varias formas: el escalofrío es una de ellas.
Los escalofríos provocan que los poros se cierren para evitar la pérdida de agua y los vellos se erizan para producir una pequeña masa de aire tibio y contribuir a que no se evapore el calor corporal, por medio de la transpiración.
Podemos definir, entonces, que el escalofrío es un mecanismo de defensa contra el frío. Consiste en la contracción involuntaria de los músculos, a un ritmo irregular y con demasiada frecuencia. Los poros se cierran para evitar la pérdida de agua y los vellos se erizan para producir una pequeña masa de aire tibio y contribuir a que no se evapore el calor corporal, por medio de la transpiración. Esta erección se produce cuando los pequeños músculos unidos, a cada una de las raíces del vello, se contraen y se acortan debido al frío, produciendo la llamada “piel de gallina”.
Prácticamente la misma sensación se produce ante un ataque de pánico que, igualmente, produce escalofríos. Esto se debe a que, en este escenario, se aumenta la frecuencia cardiaca, provocando sudoración repentina.
Asimismo, los escalofríos pueden presentarse de manera más compleja, ante un agente externo. El organismo posee una temperatura interna, necesaria para el adecuado funcionamiento de los órganos corporales, que ronda entre los 36 y 38 grados centígrados. Cuando dicha temperatura se eleva, resultado de una fiebre o infección, el hipotálamo ordena la transpiración súbita, enfriando el cuerpo, situación que, mediante el temblor característico de un escalofrío, se nivela, recalentando el cuerpo.
Las infecciones virales y bacterianas, que con mayor frecuencia provocan fiebre y, por consecuencia, escalofríos son: gastroenteritis bacteriana, el resfriado común, meningitis, neumonía, estreptococos en la garganta, gastroenteritis viral o infecciones del tracto urinario, como la pielonefritis.
Por lo que se recomienda consultar al médico ante cualquier señal de escalofríos repentinos y malestar general del cuerpo, toda vez que, como ya se leyó, no siempre son ocasionados por el frío, sino por el contrario, por el aumento repentino de la temperatura corporal a consecuencia de una enfermedad.